El cuento de nunca acabar.

Por: Edith González Marín

 

El tatuaje de las piernas torneadas.

Me sentía agitada cuando desperté. Busqué rápidamente mi pequeña libreta de apuntes, quería anotar el sueño sin perder detalles porque luego se me olvida, ha sido tan recurrente que ya me está angustiando. Qué es, de qué se trata. No es fácil acostarme agotada y no poder descansar mientras duermo. Una y otra vez veo imágenes de alguien que va caminando a paso veloz y a veces trotando en un parque, en un campo, en las calles transitadas de la ciudad, etc. Sus piernas son bronceadas, torneadas, de alguien que le dedica tiempo a ejercitarse, siempre en short deportivo, trotando de espaldas como si yo fuera detrás de él, también corriendo o caminando, filmando su larga carrera. Cuando logro acercarme puedo distinguir en su pantorrilla derecha un tatuaje, o parte de un tatuaje, en forma de frase, aunque no se lee toda la frase. No me puedo acercar más.

Quiero dejar escrito esto que está sucediendo, por si algo me pasa. No esta cool que mi cuerpo tenga escalofríos mientras estoy durmiendo. Me llamo Valeria, tengo 25 años, trabajo de auxiliar en la fiscalía de mi ciudad. He visto y vivido muchas cosas delicadas, escuchado otras peores, eso me tiene paranoica, lo sé, pero al mismo tiempo me ha permitido tolerar infinidad de retos que se presentan en mi labor diaria. Me gusta mi trabajo en el área de criminalística, pero hay quienes creen que eso está afectando mi salud y comportamiento. Yo no lo creo. Siempre he sido así de obsesiva con mis actividades, de cualquier tipo.

A raíz de la muerte de mi madre hace dos años, la vida dio un giro inesperado para mí, me he vuelto desconfiada, antisocial y un poco apagada, como si el sentido de vida anduviera extraviado. Murió en un accidente carretero, y no dejo de pensar que pudo no ser un accidente, sino algo planeado. ¿Quién podría hacerle daño? No hay respuestas. Ella toda su vida fue de andar en carretera, se dedicaba a la venta de medicamentos, recorriendo todo el sureste del país; siempre fue muy cauta para manejar por ello no logro aceptar su muerte repentina. ¡Mi madre chula, cómo te extraño!! He estado pensando últimamente que algo en lo que coincidíamos fue siempre lo sentimental y sensibleras.

Tengo programada para mañana temprano mi segunda sesión con Alejandra Sosa, terapeuta de la fiscalía. La primera vez que nos vimos me ha recibido muy amable y profesional, ella está dando seguimiento a mi situación por la angustia que está generando la falta de descanso. Mi jefe cree que me ayudara mucho platicar con ella, con seis meses de embarazo debo atenderme para estar bien y recibir a mi primer bebe como Dios manda. No puedo faltar a la cita.

Todos duermen, todos los días, eso no es nada extraordinario, pero para el que no puede dormir aun estando acostado, es un tormento. Una y otra vez ese cuerpo en movimiento se aparece, intenta voltear, pero no puede y yo no logro ver su rostro. Anoche avancé porque distinguí el color verde militar de su playera, las ocasiones anteriores el sueño era en color blanco y negro. Mañana le cuento a Alejandra.

He pasado una noche normal, de buen humor y con energía me he levantado y preparado para un día de mucha actividad. He llegado a tiempo para la cita con la terapeuta, pero nunca imaginé ni en sueños que ahí justamente, en la consulta, estaría sentado el joven de las piernas torneadas, con el short deportivo de siempre y la playera color verde militar. Por fin terminaba mi pesadilla y podía ver y leer la frase tatuada. Era de no creerse, el nombre completo de mi mamá y la fecha del accidente. El joven era una de las personas beneficiadas con una parte del cuerpo de mi madre. Ella, había sido activista durante muchos años de “donantes voluntarios”. Así que, sin necesidad de ser presentados, me acerqué a él, y cuando vio mi expresión de asombro y fijamente la mirada dirigida a sus pantorrillas, supo quién era.

Se acercó a mí, y ambos nos fundimos en un abrazo fuerte, fraterno y prolongado.  Tan fuerte que pude sentir el latido acelerado de ese corazón noble y amoroso que yo conocía. Era ella con otro cuerpo. No pude contener el llanto, un llanto extraño, diría que fue gratificante.

Alejandra se acercó a nosotros sonriente y emocionada; nos pidió pasar a los dos a su consultorio, no sin antes bromear: no te salvas de mi segunda consulta Valeria.