Amparo la enfermera COVID 19. PRIMER RELATO



Febrero 21 del 2021

Cuando la señora Irene llegó inconsciente por la falta de oxigenación y nos la entregaron los camilleros, no imagine que pudiera tener algún nexo conmigo. Yo solo atine a realizar los protocolos que ya los había memorizado.

 

Cada día que pasaba, los pacientes se multiplicaban y las muertes también. No sabía que día era, pasaban desapercibidos, tuve que rentar un cuarto solo para ir a bañarme y cambiarme por temor a infectar a mi familia. Desde principios del 2020, cuando el mundo entero fue sacudido por la pandemia del covid 19, sonó la emergencia y los directivos nos lo comunicaron; yo tome la decisión de tener tres mudas de ropa, mis efectos personales y solo desechables para medio comer y medio dormir. Y estar lista para el frente de batalla; una batalla que sería campal.

 

El terror vivía en nuestros rostros y corazones, quizá por eso la señora Irene me sostuvo la mirada largamente, me inyecto calma y me dijo muchas cosas con el brillo de sus ojos; yo interprete que me daba toda la confianza para salvarla. Le puse la mascarilla y me apresuré a ubicarla en la cama asignada para enfermos de covid.

 

Ser enfermera para mí era fácil y siempre fue mi mayor anhelo. Siendo estudiante los días eran nada cuando iba a mis prácticas profesionales de salud, disfrutaba cada aprendizaje, cada nuevo conocimiento y cada examen; naturalmente que eso era razón de sobra para que en casa abundaran los abrazos y la alegría de mis padres. Confirmaron que era verdad lo que les decía frecuentemente… quiero ser enfermera.

 

Pero ningún riesgo de salud, ni retos escolares, ni tareas extenuantes, ni pacientes complicados se comparaba con todo esto que, en tres meses, el covid nos estaba dejando. Nada igual. Iniciamos con decenas de muertes, luego fueron creciendo las cifras hasta llegar a cientos de ellas.

 

A un año de distancia, el recuento de daños es interminable, me abruman en sueños y no me dejan descansar la infinidad de rostros jóvenes, y adultos mayores con quienes tuve mayor cercanía. Son historias novelescas que algún día espero contar. Ellos estuvieron bajo mis cuidados, y bajo mis cuidados morían, pero además de ellos se agregan a la lista las amigas, compañeros del hospital y médicos importantes por quienes no pudimos hacer nada.

 

Me cuesta mucho explicar la muerte de alguien que no conoces, no hay nexo, no hay relación alguna y aun así duele. Duele también que no sean dos, tres, cuatro, sino veinte o treinta personas en un solo día. Ahí supe la verdadera definición de la palabra frustración.

 

Doña Irene, de sesenta y cuatro años es la que más se asoma a mis recuerdos. Pasó por todos los síntomas que inicialmente se manifestaban en los contagiados, ella era de los pacientes que sabíamos que no era fácil salvar, sin embargo salió bien librada a pesar de haber sido entubada.

Calculo que estuvo más de un mes hospitalizada, y en ese lapso, estando mejor su salud y estado de ánimo me confió que me parecía mucho a una gran amiga de la infancia. Le conseguí una libreta y un lapicero y escribía mucho, por ratos veía que lloraba, luego guardaba todo y dormía profundamente.

Un día inesperado, muy temprano al entrar a mi guardia, me dieron el reporte de su muerte, sentí un chispazo eléctrico en el cuerpo y lloré, corrí a buscar su libreta y el lapicero que le había regalado.

Descubrí en la libretita que ella si tenía nexo conmigo, fue un obsequio emocional inesperado, relataba que mi madre Amparo estudio con ella en la primaria, se dio cuenta (por mis apellidos mayas) que yo era hija de esa niña que jugo y convivio con ella de primero a tercer grado y a quien quiso mucho y dejo de ver. En su narrativa describía los olores del salón de clases, de los pupitres recién pintados al inicio de cada ciclo escolar, los apodos de los maestros, los aromas y ruidos que había en las clases de manualidades con su querida maestra Celia, pero el momento mas fascinante decía, era cuando entregaban los libros de texto nuevecitos y los útiles escolares. Para ellas dos, abrir esos libros era respirar el azul del cielo, afirmaba.

Escribió mucho y todo muy conmovedor. Sentada frente a mi madre un año después, sigo meditando si le comento este caso tan bello y lamentable porque temo afectar su estado de ánimo que esta decaído, y porque además será extraño que me vea llorar por alguien que no conocía.

 

Realmente estas pérdidas nos hacen replantearnos el sentido de la “vida” pero también la gran polémica en el sector salud, al ser nosotros los enfermeros y médicos los responsables de la sobrevivencia de miles y millones de personas; y lo paradójico es que no hay quien sea responsable de nuestra salud mental. La pandemia nos tomó por sorpresa, y a mí me cambio la vida, puso en duda mi vocación de enfermera.