Edith
González
Abril
5 de 2020
Describo
primero el camino que Delia recorre cada día en este pueblo viejo, un camino
que es más polvo que arena, un lugar perdido, sin agua y sin viento; caminar es
un infame castigo y los que ahí se quedaron a vivir no recuerdan ningún momento
feliz que mate el hastío. Delia baja la cuesta ligera, siempre apresurada para
ganarle tiempo al sol, debe regresar antes que éste se oculte. Cuando ella
regresa es distinto, camina lento, a pie forzado, con la canasta gigante
sobre su pequeña cabeza llena de floripondios, cientos de hermosas flores
blancas que le dan mucho peso a la canasta. Felipe su hermano menor las llevará
temprano al mercado para tener el sustento diario.
A
Delia la conocí recién llegada a Mitla, era una infanta de cuatro años que
apenas pronunciaba palabra. Conmigo aprendió el castellano y poco a poco su
familia me la confió para educarla como en las grandes ciudades. Me había
animado a aceptar una plaza de maestra rural en ese lejano espacio, y desde mi
llegada, el respirar se me hizo complicado, imaginé que había llegado al
purgatorio, las altas temperaturas eran de veinticuatro horas, de tal suerte
que no podía dormir, por ello creo que no me saqué la lotería. Delia se
convirtió entonces en mi motivo y razón vocacional y los resultados fueron
maravillosos porque ella era muy inteligente y me hizo sentir orgullosa por mi
trabajo.
Ahora
describo a Delia.
Delgada,
pequeña de estatura, de piel gruesa y color marrón, disciplinada, trabajadora,
educada, prudente, silenciosa, de las mujeres que no se amedrentan. Sus ojos
son grandes y brillantes, solo que no sabe llorar, las lágrimas no le fluyen
porque la vida no le dio posibilidad de hacerlo. Con diecisiete años ya no es
la misma. Sus padres murieron hace tres y desde ahí dejó de sonreír, lleva en
su espalda la responsabilidad de su hermano Felipe y sin dote, aquí no tiene
futuro.
Desarrolló
las competencias que cualquier escolar de secundaria desearía tener, aunque
para ella ese nunca fue su propósito, en realidad era el mío. Su mayor
fortaleza fue el gusto por la poesía, memorizaba rápido y era selectiva con los
poetas clásicos y modernistas.
La
observo diariamente y sé que ese camino agreste y de suelo abrazador que recorre
no le afecta, por el contrario, le libera el alma; sus manos fuertes, curtidas
por el trabajo de campo y tanto sol, tocan sutilmente cada una de las flores
con las que habla, y con su movimiento intermitente pareciera que las flores algo
le responden, ella simplemente les recita; recita fragmentos amorosos de tal
manera que su diaria carga pesada no la siente, la disfruta.
2 Comentarios
Me gustó éste cuento de Delia habla con las flores, la narración y como paso a paso te lleva a que conozcas la vida de Delia y me parece excelente la terminación en la que ella siempre habla con las flores, y en verdad habernos gentes así que hablamos con los peces los peces, los animales para demostrarles que son importantes para cada uno de nosotros, me identificó con este cuento, un aplauso y muchas felicitaciones a la autora de este cuento a la Licenciada Edith González Marín
ResponderBorrarGracias por tu comentario...aprecio tus palabras.
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