A las tres, en la banca de los
corazones rotos.
No había regresado a ese lugar desde hacía
veinte años, o probablemente más. Siempre imagine en mi acelerada mente, (esa
loca que me lleva de la mano todos los días a la maraña de enojos, frustraciones
y deseos) que algún día regresaría al parque central de mi añorado pueblo y recorrería
una a una, las estropeadas bancas
que tanto significaban para sus habitantes, y en especial para los
adolescentes. Después de tanto tiempo las fachadas, las casas y edificios
principales, habían cambiado drásticamente, pero el parque conservaba ese rasgo
arquitectónico estilo colonial que se observa en la provincia mexicana.
Aquí les cuento. La última vez que me senté en
una de ellas fue cuando chamaco. Como cada tarde, específicamente a las tres,
porque en ese horario el parque se vaciaba y me sentaba a esperar a Don Beto,
el de los helados mas deliciosos que existen en toda la región central de
Oaxaca; pero en esa ocasión, helada quedaría mi alma cuando se escucharon las
detonaciones fuertes y constantes, y el correr y gritos desesperados de quien
se siente perseguido por la misma muerte. Solo alcance a aventarme entre los
arbustos, detrás de esa banca, la del centro del parque, en la que todo mundo
le escribía corazones rotos y recados de amor a su amada; ahí donde circulaban
las excelsas, angustiantes, locas e incomprensibles cartas jamás entregadas.
Esa
tarde singular fui testigo de la más cruel matanza de mujeres a manos del
ejército. De eso me enteraría después porque como se imaginarán, no me quedé a
indagar nada de lo ocurrido. Corrí sin parar, más veloz que la última vez que competí
con el profesor Madrazo en los juegos estatales…saltando troncos y arbustos atravesé
el monte hasta llegar a casa; mis padres solo me dijeron que era el único
testigo de ese incidente y que ponía en peligro mi vida, y la de ellos también,
por lo que era necesario mandarme a casa del diablo, lejísimos; con el Tío
Emiliano.
Quien
diría que en eso había terminado todo el mitote de las doñitas, feministas del
pueblo; entusiasmadas porque habían conseguido permiso de las autoridades
superiores para divorciarse de sus holgazanes maridos y salían ese día a
celebrar con una marcha alrededor del parque. La cita para mi desgracia, fue a
las tres de la tarde. De pronto, mi añoranza se completó, cuando escuche a lo
lejos el característico tintineo que tanto extrañaba, metí mi mano a la bolsa
del pantalón para alcanzar unas monedas, mi corazón se llenó de gozo y mis ojos
se humedecieron.
Edith González Marín
26 de septiembre de 2018
Taller Literario Bernal Díaz del Castillo.
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Recuerdos y añoranzas
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